sábado, 5 de marzo de 2011

El recibimiento

-Su Alteza.
La luz penetraba directamente desde el techo hasta un estanque de agua cristalina situado en el centro de la estancia. Los rayos se desperdigaban desde el estanque y desde otros grandes ventanales hacia toda la sala y eran ricamente reflejados por los blancos de las telas que tapizaban los sillones y los dorados de los muebles y de las cerámicas.
Éste era uno de los palacios más suntuosos que los hombres le habían construido, y los colores de las telas encajaban perfectamente con la palidez de su piel y con los tejidos que cubrían su cuerpo.
Se giró, miró al hombre que acababa de entrar, era negro como el ébano. Lo miró a los ojos y vio que al establecer el contacto el miedo florecía en ellos, pero no era un miedo racional, sino un miedo casi demente. Interrumpió el contacto.
-¿Sí?-preguntó.
-Ha llegado un jinete, señor, dice que usted lo estaba esperando.
-Así que es cierto. Ha venido. Hacedlo pasar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario