domingo, 6 de marzo de 2011

Sanadora de los justos

Se llamaba a sí misma sanadora de los justos,
su verdadero nombre había sido olvidado hacía mucho tiempo, aunque al alba todavía había rocas que lo susurraban a los vientos.
Sanadora de los justos.

Había perdido lo que los mortales comunes llamaban cordura, y se movía por un instinto superior, un instinto de poder. El poder era lo que mantenía su cuerpo en pie, medio caminando, medio levitando. El poder en un estado salvaje y destructivo.
Su estado mental era frágil.
Su instinto la había llevado a través de un desierto interminable
los días ardientes y las noches gélidas no habían conseguido destruir su cuerpo.

Ahora, la gran Asdamegrón se alzaba ante sus ojos, o lo que quedaba de ella.
Se movió entre los restos carbonizados de la ciudad, buscando la fuente que la había traído a aquel lugar.
Llegó al centro de las ruinas, tal vez un palacio hubiera ocupado este lugar.

El poder aquí emanaba del suelo y de los muros caídos, podía sentirlo.
Respiró hondo. Sus ojos se pusieron en blanco. Dejó que el poder penetrase en su esencia, lo asimiló.
Ahora se sentía mucho mejor.
Lentamente se fue moviendo, flotando sobre el suelo, buscando el lugar concreto, guiada por su instinto.
Canturreaba en una lengua extraña.
Las piedras se elevaban a su paso.
Entonces lo vio, era un pequeño estanque.
Los rayos de luz se reflejaban en las aguas cristalinas.

sábado, 5 de marzo de 2011

El recibimiento

-Su Alteza.
La luz penetraba directamente desde el techo hasta un estanque de agua cristalina situado en el centro de la estancia. Los rayos se desperdigaban desde el estanque y desde otros grandes ventanales hacia toda la sala y eran ricamente reflejados por los blancos de las telas que tapizaban los sillones y los dorados de los muebles y de las cerámicas.
Éste era uno de los palacios más suntuosos que los hombres le habían construido, y los colores de las telas encajaban perfectamente con la palidez de su piel y con los tejidos que cubrían su cuerpo.
Se giró, miró al hombre que acababa de entrar, era negro como el ébano. Lo miró a los ojos y vio que al establecer el contacto el miedo florecía en ellos, pero no era un miedo racional, sino un miedo casi demente. Interrumpió el contacto.
-¿Sí?-preguntó.
-Ha llegado un jinete, señor, dice que usted lo estaba esperando.
-Así que es cierto. Ha venido. Hacedlo pasar.

La llegada

Sus cabellos eran como mil estrellas encendidas
su perfume, la brisa del ocaso
cabalgaba infinito sobre el estéril mundo atormentado
sobre el mundo atormentado por el miedo y el deseo
entre el mundo atormentado por su propia debilidad
cabalgaba
cabalgaba
Sus manos aferraban las riendas de seda sin titubeo
su rumbo era extremadamente seguro
Llevaba mil años esperando, y ahora, cabalgaba.

Si lo hubieses visto entonces te habrías detenido durante un instante. Habrías percibido en su perfume la brisa del ocaso y habrías sentido una sensación extraña, de vacío. Luego habrías comprendido que todo estaba llegando a su fin, pero, cuando su silueta hubiese abandonado el horizonte esa certeza comenzaría a abandonar tu memoria, como el efímero recuerdo de un sueño.

Había llegado el tiempo de que él cabalgase. Sabía que algunos lo estarían esperando; pero no la mayoría.